El pesimismo extremo ante mi persona y mis capacidades son tan sólo la punta del iceberg de la situación en la que me veo sumergida. A lo mejor hasta que no te analizas detenidamente no te das cuenta de las cosas, y mientras tanto crees que todo está bajo control. Quizás el problema venga desde hace un par o tres de años, o quizás nunca haya estado serena. Tampoco me lo había planteado hasta ahora.
Seguramente el estado de minusvaloración y escepticismo ante mis posibilidades y la sensación interna de que todo llueve sea cosa de mi persona, quizás no es que esté atravesando una mala etapa, sino que esto es congénito. Creía que este sentimiento de no parar de caer era cosa de la situación por la que estaba atravesando, que era una sensación marcada por la caducidad, pero ahora realmente he visto que en todas mis acciones se evidencia que algo no va bien, que no es algo del momento, que si no sé encontrar el punto en el que empezó todo es porque quizás ya venía así de serie. Soy triste. Y no me había dado cuenta de que algo me pasa. No sé muy bien qué. Me muevo por inercia y atravieso etapas en las que me divierto, aspiro, pero la sensación de flaqueza e imposibilidad se mantiene ahí. Me tengo muy subestimada. No sé qué es lo que ha pasado para llegar a esta situación, yo, la persona más importante e influyente de mi vida, por la que moriría, no soy capaz de estar bien conmigo misma del todo. Por dentro sueno a canción triste. No puedo, no puedo decirme lo que se supone que tengo que decir y creérmelo. Necesito sentirlo, y eso sólo me ha ocurrido una vez en la vida. Espero que no sea de esas cosas que sólo ocurren una vez. Me pregunto en qué momento entré en esta espiral de autodestrucción, en qué momento he empezado a lincharme interiormente. Cada vez que me decepciono me hundo, y cuando parezco estar óptima y se me tuercen las cosas se me hace un cúmulo de problemas mayor que el problema momentáneo, ya que se suman todas las experiencias ingratas pasadas.
He conseguido que el depósito de las decepciones ocupe la mayor parte de mi entendimiento, que predomine sobre todas las otras experiencias. Esto es lo que me pasa, y me duele haberme dado cuenta hoy, a estas alturas de mi vida. Cuando escribo, hablo, opino, siento o decido, queda clarísimo cuál es mi posición respecto a todo. Si analizo detenidamente, descubro que hay una mancha ennegrecida que no me permite satisfacerme con nada, me mantiene en un estado de frustración continuo. No sé qué he hecho mal, de verdad, pero me he dado cuenta de que no hay grandeza en el simple hecho de respirar. No la hay. Nuestra vida es la medida de todas las cosas, aquello que realmente nos pertenece, aunque nunca escogimos tenerla, vivir. Tampoco escogimos vivirla, qué tipo de existencia nos iba a pertenecer, pero en el momento en que nacemos y dejamos de depender de una manera directa de un sustrato animado anterior, nuestro destino es vivir y, paradójicamente, morir. Una cosa comporta inflexiblemente la otra. Esta combinación fatalística es un destino inexorable del que pocas cosas podemos decir, pocas posturas podemos tomar ante aquello que se nos regala y a lo que nos aferramos anteponiéndolo a todas las cosas superfluas. Porque aunque sea un obsequio, no pertenece a quien te lo haya legado, pasa a ser exclusivamente para tu disfrute. Y quien se tome la vida como una ofrenda para los demás, que analice qué mueve sus actos. Cuando alguien realiza una actividad de asistencia, auxilio, amparo, socorro, apoyo, protección, defensa, favor, colaboración, cooperación, mediación, alianza, contribución, subsidio, donativo, limosna, caridad o óbolo, lo que sea, poco hay realmente de esta actitud empática. Es evidente que estas cosas se realizan para producirnos a nosotros mismos un placer, una actitud positiva que nos deleita. Realmente realizamos acciones benévolas por un motivo puramente egoísta; la satisfacción de nuestras inquietudes, las voces de la conciencia, la adicción al placer sensitivo.
No critico el alivio al prójimo, solamente me he dado cuenta que hasta aquello que gira en consonancia con los demás y que suena puramente altruista tiene un origen mucho más personal, mucho más individualista, más próximo. Es por el puro placer sensitivo particular, sentirse bien con uno mismo. En el fondo, poco nos importa el placer de lo ajeno si a nosotros no nos produce gozo. Poco le importa a mi interior triste.
Me voy a quedar un rato mirándome mucho sin saber muy bien qué veo. Esta postura me enerva muchísimo, me indigna profundamente la pasividad de las decisiones y la actitud impasible ante la vida. Explicar mi vida sin mí se va a acabar.