miércoles, 10 de agosto de 2011

Horma.

Rellena de pensamientos impracticables e ideas de barroca viabilidad construyo un árbol genealógico mental que se expande hasta los rinconcitos del córtex cerebral más anodinos, tocando cimas vírgenes hasta el momento. Mis tentáculos proliferan hasta tapar mi decaimiento estacional y los colores pastel de mi ropa adoptan su más enérgica vertiente, me saturan la circulación y me inmovilizan durante horas. Durante días. Hasta que me explota la piel. Empieza chamuscando la punta del vello dorado al sol y, como si de una mecha se tratara, se consume hasta llegar a la dermis, calcinando todo lo que encuentra a su paso, a base de explosiones continuadas. Me convierto en el efecto dómino por antonomasia. Y dejo de tener silueta. Sucede a menudo que, cuando te quedas sin cuerpo, te invade el horror vacuo. Y el horror vacuo funciona como un resorte que te impulsa irremediablemente  hasta un desasosiego provocado por tanto sosiego. Con lo bien que se está con cuerpo. Con lo raro que es no pensar (con la cabeza, dicen). Mi yo ya no contingente empieza a aclamar de una manera artificiosa mi yo contingente. Quiero mi aspecto lánguido y mi fisonomía redonda, mis expresiones mastodónticas y mis pensamientos obscenos otra vez conmigo. Qué aburrido es sólo ser pensamiento.

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