sábado, 28 de mayo de 2011

Matriz descolgada.

Un día me levanté con el hondo deseo de tener un hijo. Pero un hijo mío. Que cada una de sus pestañas me perteneciesen. Que fuesen de mi propiedad su humor vítreo, sus pliegues en la mano, sus pasos torpes, sus yemas de los dedos y su voz por la mañana. No quería un hijo de nadie, quería un hijo mío, una prolongación de mí en el mundo. Una transformación de mi materia en otro ser vivo, un yo cuando me muera. Y es que no quiero morirme. El día que me llegue la muerte no sé qué haré con ella. Quería un hijo pero no quería ser su madre. No querría ser su madre. No quiero ser madre. Quiero vivir tanto y tan intensamente para mí que tendría un hijo tan sólo para observar por curiosidad cómo es en potencia lo que algún día será igual que yo en acto. Pero quiero que me rebase, que supere lo que yo no seré capaz de crear en mí por el simple hecho de que no se me ocurrirá nunca. Antes del acto está el pensamiento, luego si no llego a plantearme nunca una culminación determinada es improbable o despropositado que acabe allí.
Sólo existía mi ímpetu por vivir, por eso deseaba un pedacito de yo que se quedase en el mundo, por si no me daba tiempo a saberlo todo. Me encargaría de darle unas bases a las que llegaría de manera natural, pero acelerando el proceso le daría tiempo a aprender más. Y arrancaría de cuajo y le entregaría este desasosiego que ha echado raíces en lo más profundo de mi razón. Esta sensación de alto voltaje que me inyecta los valores del tiempo y la caducidad, lo etéreo y volátil. Le transmitiría la misma paranoia para que este modo de vida entre el desconsuelo y la belleza perenne se expandiese hasta el infinito. Si lo inmortal existe en mí quiere decir que también existe en el universo, y éste es inagotable. No sé qué hacer para ser eterna.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Lóbulo de la oreja.

Un dolor orgánico se inicia en el occipital y se extiende desconsoladamente por la columna vertebral y las extremidades. Manifiesta su recorrido con calambres de alto voltaje vértebra a vértebra, hueso a hueso, cartílago a cartílago, retorciéndome la materia. Un dolor febril y húmedo hace encoger lo poco que me queda de musculatura tras un largo letargo que ha atrofiado todo mi cuerpo. Esta hipertermia desgarradora llega hasta las palmas de mis manos, y el alma (si al final existe eso) se encarga de expulsarlo al exterior a propulsión. Las manos se convierten en ríos de incomodidad, de frío y calor, de humedad y lamidos de una lengua de gato. La esfera deviene áspera. Las ganas de vomitar aumentan, y con ellas el nudo en la garganta. Estoy sola, y lo voy a estar mucho más tiempo. Y ni yo ni mi entorno lo hemos decidido. Estoy aquí, con los brazos abiertos y noto el viento como me empuja hacia atrás, sosteniéndome. Todo se esfumará, se irá, caducaré para los demás y cada noche volveré a mí misma para repetirme que soy la persona más importante de mi vida. El ombligo de mi mundo. Me quedaré aquí. Me quedo aquí con las manos chorreando y el cerebro derretido. Sola.

martes, 17 de mayo de 2011

Sobre las utopías.

La planta de los pies abrasada tras el incendio de deambular durante horas sin encontrar dónde descansar. Tropezando con tan sólo trocitos míos, tan ínfimos que son imposibles de encajar con otras piezas. Canciones de The Innocence Mission que quieren empujarme hasta la mesa de un bar, que pida una copa de vino caliente con canela y que lea Rimas y Leyendas al sol de las cuatro de la tarde. Esta es otra de aquellas cosas que te imaginas pero que no van a ocurrir. Como el amor. Nunca, si me lo propongo.

De golpe mi vida ha entrado en una etapa romántica. Romántica tardía, de corazón encogido y desasosiego, de exaltaciones fugaces que se te escapan de las manos tan rápido como te das cuenta de que tienes sentimientos. La percepción conspiracional de que el mundo me está aniquilando la voluntad y la reacción de arremeter contra el tiempo van mano a mano en mi subconsciente. Y todo es culpa de los demás, que me anulan.
Esta represión me hará vivir limpia y aburrida de día pero morir viciosa cada noche. No me dejará besar el suelo miles de veces, hará que las malas experiencias me traspasen antes de que me duelan, me hará ignorar antes que sufrir del dolor. Me dará un bozal en vez de una cadena, un perro en vez de un un gato, cien días claros antes que una noche oscura.
No soy una mujer con temple, nunca lo he sido. Y lo he querido muchas veces. Lo he deseado en tantas situaciones como segundos vividos acumulo en mi memoria. Lo he anhelado en tantas ocasiones que he acabado creyendo que de verdad es algo propio, pero en estados así me doy cuenta de que me vencen los inexplicables.
Me estoy encontrando a pedazos y quiero seguir levantándome cada mañana para pensar en mí antes que para pensar en los demás. Quiero luchar a brazo partido con mi diluvio de emociones, y que mis defectos se conviertan, algún día, en gracia. Y si me dejo la suela de los pies en ello, ya andaré con las manos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Champagne supernova.

La carcoma me está devorando el atelier que siempre quise tener. Miles de insectos pululan por las telas sembradas de polvo y los líquenes estampan la mesa de trabajo, las herramientas de trabajo, las horas de trabajo y la silla de descanso. Me pongo una diadema trenzada de color pálido para apartarme el pelo de la frente, hago un amago de morderme las uñas y leo un poco de Wittgenstein. Hay que arrimar el hombro, unir fuerzas y hacer de tripas corazón. A partir de estos tres pivotes inicio tres direcciones de idénticos límites de velocidad y final. Pero para esto necesito público. Sin público no somos nadie. Sin público o sin iguales, o sin compañía, o sin los demás en general, ahora mismo no lo sé muy bien, ese día me salté la lección. Me excusaré diciendo que padecía de otros males menos importantes pero más absorbentes. Continuando, sólo se aprecian los valores en consonancia con otros (hoy me he levantado sentenciosa). Sólo sé que existo yo porque sé de la existencia de otros. No existe la consciencia de algo si no es a partir de la comparación. Los tiempos buenos siempre lo son en comparación con los malos, la belleza por la fealdad, el dulce por el salado, el yo por el tú. Y me acabo convirtiendo en muchos trocitos de los demás, en muchos mecanismos de comparación que se dan a la vez y que hacen que exista en relación con el mundo. También acabo siendo pedacitos que nunca constituyen la unidad porque nunca se darán todos los estímulos a confrontar a la vez. Pero la existencia no es sólo consciencia de ésta, digo yo. Espero yo. Ahora me tendría que poner orgánica, pero como cuando ando demasiado me pierdo lo voy a dejar aquí. Esto es como empezar a bajar la Rambla de Barcelona y acabar en Plaça Sant Agustí sudando y pisando meados.

viernes, 6 de mayo de 2011

Semillas de níspero.

Tengo la vertiginosa sensación de entrañar la capacidad de acontecer. La impracticable pero palpitante manifestación de que todo gira de manera natural sobre un sujeto en particular. El pulso no me tiembla y mi vida parece haber empezado una etapa constructivista: las imágenes se encadenan de distintos modos, pero siempre de manera progresiva y comunicándose entre ellas, corroborando que el efecto Kuleshov existe y que es así como debo vestir mi existencia. Me pongo un poco perspectivista (lo justo para no acabar vomitándome del rechazo) y presupongo que el traje no me irá grande. Aunque ahora no esté a la altura de las circunstancias y aunque me sienta fea. Las sensaciones serán sobreimpresiones y desniveles de colores, desde el blanco neutro hasta el festín de tonos afeminados que empachan a cualquier ser humano que no se encuentre en un momento decoroso de su vida.

Auguro que lo que soy en potencia rebasa lo que soy en acto.

Entraño simetría y geometría, una patada a la puerta, un esbozo de posguerra y muchas ganas de ir por la calle y que los hombres me miren.

jueves, 5 de mayo de 2011

Pie de página de una moleskine.

Te miro con la boca y te veo el alma.
Suena medio decadente, pero es así.
Eres bonito con mi boca de ojo.
Te veo realmente bien.

domingo, 1 de mayo de 2011

Verbo.

Vivir es otro de aquellos conceptos imaginarios que se nos manifiestan a menudo, periódicamente. Cuando te planteas qué quieres, o qué eres, o qué están haciendo contigo… o cuando estás sentado en un banco y los golpes de aire te traen los perfumes de la gente, o bebes un poco de leche con azúcar avainillado, o te das cuenta de que un día de estos te levantas y estás muerto. Gimes la tan pesada carga de una vida de sufrimiento y dolor contrastada con felicidad y placer, asumes sin temor que no hay algo después de la muerte y te propones adentrarte en los mundos ignotos de la filosofía del lenguaje. Es entonces cuando el desconocimiento aniquila tu voluntad, te obliga a soportar todos los males que te afligen y decides resignarte y arrojarte a un camino cuyo sendero no sabes dónde te va a llevar. Inercia es la palabra que más se acerca a esta sensación. La vida está… en otra parte. Lejos del esto y del aquí.

La boca me sabe a Lluvia, de Federico García Lorca.