domingo, 8 de mayo de 2011

Champagne supernova.

La carcoma me está devorando el atelier que siempre quise tener. Miles de insectos pululan por las telas sembradas de polvo y los líquenes estampan la mesa de trabajo, las herramientas de trabajo, las horas de trabajo y la silla de descanso. Me pongo una diadema trenzada de color pálido para apartarme el pelo de la frente, hago un amago de morderme las uñas y leo un poco de Wittgenstein. Hay que arrimar el hombro, unir fuerzas y hacer de tripas corazón. A partir de estos tres pivotes inicio tres direcciones de idénticos límites de velocidad y final. Pero para esto necesito público. Sin público no somos nadie. Sin público o sin iguales, o sin compañía, o sin los demás en general, ahora mismo no lo sé muy bien, ese día me salté la lección. Me excusaré diciendo que padecía de otros males menos importantes pero más absorbentes. Continuando, sólo se aprecian los valores en consonancia con otros (hoy me he levantado sentenciosa). Sólo sé que existo yo porque sé de la existencia de otros. No existe la consciencia de algo si no es a partir de la comparación. Los tiempos buenos siempre lo son en comparación con los malos, la belleza por la fealdad, el dulce por el salado, el yo por el tú. Y me acabo convirtiendo en muchos trocitos de los demás, en muchos mecanismos de comparación que se dan a la vez y que hacen que exista en relación con el mundo. También acabo siendo pedacitos que nunca constituyen la unidad porque nunca se darán todos los estímulos a confrontar a la vez. Pero la existencia no es sólo consciencia de ésta, digo yo. Espero yo. Ahora me tendría que poner orgánica, pero como cuando ando demasiado me pierdo lo voy a dejar aquí. Esto es como empezar a bajar la Rambla de Barcelona y acabar en Plaça Sant Agustí sudando y pisando meados.

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