viernes, 10 de agosto de 2012

Tos ferina


Dicen que apenas sufres cuando te cortan la cabeza. Pero yo creo que es mentira. Que nadie se crea que la tortura es más dolorosa. Sí que es cierto que en ella hay heridas y tormento, pero también es cierto que el dolor físico desvía el sufrimiento espiritual. Se sufre sólo de las heridas hasta el mismo momento de la muerte.
En cambio, cuando tu dolor principal resulta ser saber que dentro de unas horas o unos minutos dejarás de ser persona, te invade una verdad implacable, casi divina, que lo único que sabe hacer es llenarte el pecho de aire y hacerte desear que esas pequeñas fracciones de tiempo que te quedan sean infinitas. La milésima de segundo en la que oyes cómo la cuchilla se desliza hacia tu cuello es la más horrible, me imagino yo.
Cuando el dolor es físico parece que tu cuerpo sigue teniendo esperanza por vivir. El ímpetu por sobrevivir se mantiene erguido pese a que el peso del destino intenta malearlo. Mueves los brazos aunque te pisen la cabeza porque tienes hasta el último instante la esperanza de salvarte.
Pero cuando tienes una sentencia por delante todo cambia. Es la horrible tortura de la que sabes con certeza que no te escaparás. Das los pasos más cortos jamás dados para prolongar las milésimas de segundo de vida que te quedan hasta que las piernas te flaquean y te vienen unas náuseas fatales, como si algo se te hubiese atragantado. Entonces te pica la garganta y te entra el pánico.
Esta es la peor tortura de todas. Sin dolor físico alguno. Sólo puedes o volverte loco o echarte a llorar. No hay nada más cruel y obsceno que eso. No se debería tratar a nadie así.

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