Té con leche y canela.
Tras enrollarme en mi propia telaraña por acción del viento, la honda sensación de que alguien me ha señalado con el dedo índice hace que todos los capilares de mi cuerpo comiencen a desintegrarse, poco a poco, uno a uno, doliéndome. Me disgusto dos décimas de segundo y a la tercera repaso todos mis ideales, pero esta vez sin sentimentalismo, sin victimismo, si toca revisar valores, toca. Y aunque odie que se me desmonten las convenciones que me había establecido, a estas alturas ya es lo de menos. El tiempo parece expandirse como cuando esperas una visita, como cuando se te pasa por la cabeza que te han dejado plantado pero que podrías esperar indefinidamente con un “por si acaso”. Pero en verdad no viajas a la velocidad de la luz, no hay dilatación temporal, no es suficiente hacer lo que uno puede, tampoco es suficiente un instinto, no puedes perdonar a alguien si no te presupones y atribuyes el privilegio de hacerlo. Las debilidades lo único que van a hacerme es daño. Y justamente hoy acabo el día del mismo modo que lo empecé: débil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario