Mi cama flotaba inmóvil sobre un mar sin orilla, sin oleaje y sin ruido. Yo, medio tendida, medio incorporada, contemplaba la infinita llanura de agua quieta, ahora convertida en plasma, y un sol inmenso incendiaba mi horizonte. Había dejado de pensar y de sentir. Y el tiempo, mi viejo enemigo, se había deshecho y desaparecido, como una nube de niebla ante la luz. Era una radiación que avanzaba y absorbía la cama. Empecé a girar en un amplio remolino y, dando vueltas, me hundí.
jueves, 22 de diciembre de 2011
domingo, 6 de noviembre de 2011
Faves tendres.
Me pregunto cuál es el contrato que ha firmado el individuo con la sociedad que lo ha obligado a auto reprimirse. Qué lo ha domesticado de tal manera que ahora no puede comprender el ejercicio de un deseo irresistible. Qué ha provocado un sentimiento de irrelevancia de la propia vida, la nula expectativa de satisfacer un deseo punzante. Qué provoca que le cueste asistir a un conflicto en el que los enfrentamientos supongan un pulso desnudo de poder a poder entre dos naturalezas. Como en los saqueos de Londres, por la noche pueden los chicos, pero después puede el aparato estatal. Aunque sale disminuido. O quizás son otros los que pueden.
Ha perdido algo de sí que se ha convertido en propiedad de otro. No ha mortificado su cuerpo, ni arruinado su espíritu, pero está en lo suyo cuando no hace nada y no hace nada cuando está en lo suyo.
Espero que haya una nueva religión que sirva como respuesta a la miseria real.
Si asumiese el coste de sus riesgos sería más resistente a las adversidades.
Los domingos le han vomitado encima.
sábado, 15 de octubre de 2011
Escalera de caracol.
Le indiqué a un forastero la calle equivocada. Poco después de perderlo de vista me percaté de mi error y fui en su búsqueda. Corrí hacia la dirección equivocada para deshacer el entuerto. Apenas me había fijado en su aspecto, lo único de lo que podía estar segura era de que tenía cara. Una detonante cara con ojos que servían para mirarme. Creo que fue eso lo que me impidió dar la respuesta correcta.
No lo encontré, a pesar de que recorrí varias veces las calles del contorno en busca de señores con detonantes caras y ojos que servían para mirarme. Sabe Dios por qué senda errónea se habría extraviado el pobre hombre.
Desde entonces me acompañaba un perenne sentimiento de culpa y fracaso y una creciente inseguridad en mí misma. Escapaba velozmente cuando se me acercaba alguien con la cara pasmada, leía y releía los rótulos de las calles, evitaba pasar por el barrio de mi pecado, titubeaba al cruzar la acera. Y en una de estas indecisiones me atropelló un coche, cuyo conductor, casualmente, tenía una detonante cara y llevaba unos ojos que servían para mirarme.
domingo, 2 de octubre de 2011
Línea.
Recuerdo el día que desmantelé el “pienso luego existo”. Fue hace ya tanto tiempo que no logro recordar ni el día ni la hora, ni el mes ni el año. Es un pedacito de recuerdo aislado en la memoria que no quiere comunicarse con el resto, con sus vecinos. Como si los recuerdos tuviesen personalidad y habitasen en rinconcitos de conexiones neuronales.
Estaba sentada en un taburete de madera de cerezo, con los pies colgando y un pantalón viejo. Y viejas lo eran también las zapatillas, el jersey y mi piel. Ese taburete que antes había levantado un árbol ahora había quedado para aguantar cincuenta quilos, tres chaquetas y el peso de dos párpados con más fuerza que la gravedad. Por el filo del asiento desbordaban el olor a perro y unas trescientas migas de pan con aceite y sal. Delante de mí tenía a una de las personas más influyentes del momento. Fundador de mi vida. Uno de las mayores accionistas que invirtieron jamás en mi breve existencia. Sus portentosas manos sostenían una conversación de humo y plasma. De estrellas y constantes físicas. Las facciones de su cara eran mi persona en potencia. Me podría haber quedado siglos recorriendo cada una de sus arrugas por el mero hecho de fascinarme ante el arte de la creación. El humo se calaba entre los millones de orificios de mi ropa y me impregnaba de una resina en suspensión moldeándome y formándome como lo que sería más adelante. Y esta escena no es una escena singular en una vida particular, es una escena que se daba frecuentemente en mi vida particular porque deseaba encontrarme con algo así. Lo había querido cada día de mi vida.
Es un recuerdo concreto de una situación repetitiva en el pasado. Y no sabía yo por ese entonces que había falseado una máxima tan arcaica sin articular ningún tipo de pensamiento. Pensar no comporta existir, sino ser un ser pensante. La dicha convertida casi en refrán popular supone una causalidad errónea, ya que todo lo que piensa existe, pero es que no todo lo que existe piensa. Y con algo tan pedante y sencillo me liberé de eso que a veces uno se cree porque parece parido de una inteligencia superior, y por eso debe ser motivo de admiración sin rechistar. Sólo por el simple hecho de parecer. Pues en ese momento yo empecé a pensar. Lo de existir ya lo había hecho antes.
lunes, 29 de agosto de 2011
Voltaje.
Abrigando mis miserias, me irrita más que me enternece pensar que cuando muera volveré a la madre tierra todoparidora. De qué me sirve a mí que me guarden si al final resulta que sí que es cierto eso del aniquilo de mi consciencia. Yo lo que quiero es desplacentarme del mundo, no quiero tener la vida del mundo mismo. Yo es que soy infinita, lo descubrí el otro día, cuando me perdí. La cuestión es que, hasta hace unos cientos de años, no se hacían para los vivos más que chozas de tierra o cabañas de paja que la intemperie ha destruido, y antes se empleaba la piedra para las sepulturas de los muertos que no para las sepulturas de los vivos. Como si unas fuesen las moradas para quedarse y las otras de paso. Y es que no existe el culto a la muerte, sino a la inmortalidad. Supongo que esto que siento debe ser algo muy humano, y como mal de muchos consuelo de tontos… Vivo un poco menos inquieta.
Creo necesario aclarar que cuando hablo de inmortalidad no hablo de una inmortalidad terrenal, no hablo de durar tantos años como generaciones y civilizaciones quedan por habitar el planeta, hablo de la inmortalidad como la prolongación de mi esencia hasta el infinito. En forma de energía, a veces me imagino. Esparcirme por todos sitios, volverme un sabor sin sabor, dividirme y vencer. Escurrirme un día bajo mis pies y seguir existiendo. Porque si un día me muero, entonces para qué todo. Vivo en un para qué continuo. Aunque se me pase por la cabeza a menudo que primero es necesario ser vida terrenal para luego ser conocimiento, consciencia y reflexión, para mí una cosa es por antonomasia la otra. O eso me gusta hacerme creer. Aunque no todo lo que existe tiene consciencia de ello, me consuela pensar que todo lo que tiene consciencia existe.
domingo, 21 de agosto de 2011
miércoles, 10 de agosto de 2011
Horma.
Rellena de pensamientos impracticables e ideas de barroca viabilidad construyo un árbol genealógico mental que se expande hasta los rinconcitos del córtex cerebral más anodinos, tocando cimas vírgenes hasta el momento. Mis tentáculos proliferan hasta tapar mi decaimiento estacional y los colores pastel de mi ropa adoptan su más enérgica vertiente, me saturan la circulación y me inmovilizan durante horas. Durante días. Hasta que me explota la piel. Empieza chamuscando la punta del vello dorado al sol y, como si de una mecha se tratara, se consume hasta llegar a la dermis, calcinando todo lo que encuentra a su paso, a base de explosiones continuadas. Me convierto en el efecto dómino por antonomasia. Y dejo de tener silueta. Sucede a menudo que, cuando te quedas sin cuerpo, te invade el horror vacuo. Y el horror vacuo funciona como un resorte que te impulsa irremediablemente hasta un desasosiego provocado por tanto sosiego. Con lo bien que se está con cuerpo. Con lo raro que es no pensar (con la cabeza, dicen). Mi yo ya no contingente empieza a aclamar de una manera artificiosa mi yo contingente. Quiero mi aspecto lánguido y mi fisonomía redonda, mis expresiones mastodónticas y mis pensamientos obscenos otra vez conmigo. Qué aburrido es sólo ser pensamiento.
jueves, 4 de agosto de 2011
Córtex cerebral.
El pesimismo extremo ante mi persona y mis capacidades son tan sólo la punta del iceberg de la situación en la que me veo sumergida. A lo mejor hasta que no te analizas detenidamente no te das cuenta de las cosas, y mientras tanto crees que todo está bajo control. Quizás el problema venga desde hace un par o tres de años, o quizás nunca haya estado serena. Tampoco me lo había planteado hasta ahora.
Seguramente el estado de minusvaloración y escepticismo ante mis posibilidades y la sensación interna de que todo llueve sea cosa de mi persona, quizás no es que esté atravesando una mala etapa, sino que esto es congénito. Creía que este sentimiento de no parar de caer era cosa de la situación por la que estaba atravesando, que era una sensación marcada por la caducidad, pero ahora realmente he visto que en todas mis acciones se evidencia que algo no va bien, que no es algo del momento, que si no sé encontrar el punto en el que empezó todo es porque quizás ya venía así de serie. Soy triste. Y no me había dado cuenta de que algo me pasa. No sé muy bien qué. Me muevo por inercia y atravieso etapas en las que me divierto, aspiro, pero la sensación de flaqueza e imposibilidad se mantiene ahí. Me tengo muy subestimada. No sé qué es lo que ha pasado para llegar a esta situación, yo, la persona más importante e influyente de mi vida, por la que moriría, no soy capaz de estar bien conmigo misma del todo. Por dentro sueno a canción triste. No puedo, no puedo decirme lo que se supone que tengo que decir y creérmelo. Necesito sentirlo, y eso sólo me ha ocurrido una vez en la vida. Espero que no sea de esas cosas que sólo ocurren una vez. Me pregunto en qué momento entré en esta espiral de autodestrucción, en qué momento he empezado a lincharme interiormente. Cada vez que me decepciono me hundo, y cuando parezco estar óptima y se me tuercen las cosas se me hace un cúmulo de problemas mayor que el problema momentáneo, ya que se suman todas las experiencias ingratas pasadas.
He conseguido que el depósito de las decepciones ocupe la mayor parte de mi entendimiento, que predomine sobre todas las otras experiencias. Esto es lo que me pasa, y me duele haberme dado cuenta hoy, a estas alturas de mi vida. Cuando escribo, hablo, opino, siento o decido, queda clarísimo cuál es mi posición respecto a todo. Si analizo detenidamente, descubro que hay una mancha ennegrecida que no me permite satisfacerme con nada, me mantiene en un estado de frustración continuo. No sé qué he hecho mal, de verdad, pero me he dado cuenta de que no hay grandeza en el simple hecho de respirar. No la hay. Nuestra vida es la medida de todas las cosas, aquello que realmente nos pertenece, aunque nunca escogimos tenerla, vivir. Tampoco escogimos vivirla, qué tipo de existencia nos iba a pertenecer, pero en el momento en que nacemos y dejamos de depender de una manera directa de un sustrato animado anterior, nuestro destino es vivir y, paradójicamente, morir. Una cosa comporta inflexiblemente la otra. Esta combinación fatalística es un destino inexorable del que pocas cosas podemos decir, pocas posturas podemos tomar ante aquello que se nos regala y a lo que nos aferramos anteponiéndolo a todas las cosas superfluas. Porque aunque sea un obsequio, no pertenece a quien te lo haya legado, pasa a ser exclusivamente para tu disfrute. Y quien se tome la vida como una ofrenda para los demás, que analice qué mueve sus actos. Cuando alguien realiza una actividad de asistencia, auxilio, amparo, socorro, apoyo, protección, defensa, favor, colaboración, cooperación, mediación, alianza, contribución, subsidio, donativo, limosna, caridad o óbolo, lo que sea, poco hay realmente de esta actitud empática. Es evidente que estas cosas se realizan para producirnos a nosotros mismos un placer, una actitud positiva que nos deleita. Realmente realizamos acciones benévolas por un motivo puramente egoísta; la satisfacción de nuestras inquietudes, las voces de la conciencia, la adicción al placer sensitivo.
No critico el alivio al prójimo, solamente me he dado cuenta que hasta aquello que gira en consonancia con los demás y que suena puramente altruista tiene un origen mucho más personal, mucho más individualista, más próximo. Es por el puro placer sensitivo particular, sentirse bien con uno mismo. En el fondo, poco nos importa el placer de lo ajeno si a nosotros no nos produce gozo. Poco le importa a mi interior triste.
Me voy a quedar un rato mirándome mucho sin saber muy bien qué veo. Esta postura me enerva muchísimo, me indigna profundamente la pasividad de las decisiones y la actitud impasible ante la vida. Explicar mi vida sin mí se va a acabar.
Paliativo.
Quiero ser la espuma alzada presuntuosamente por el oleaje, quiero ser pie y granos de arena en simbiosis, arena cual parásito sobre la toalla, el ahogo del esmalte rojo en tierra de escala de colores cálidos, quiero ser la humedad en los labios, una gotita de dos átomos de hidrogeno y uno de oxígeno combinados con sodio y cloro en la piel, el salado chirrido entre los dientes, el áspero del pelo que se contonea al ritmo soez de la ropa, el compás de una corriente que empieza en el cielo y engulle nubes de cloruro de sodio y piel a su paso, el roce de las pestañas y la brisa, las migas de tostada y mantequilla en el plato, la nana del sol, pétalo y flor, el ronquido del gorgorito de la lengua francesa, espuma de café y nata, miradas que tocan la cara, temblores de alma. Quiero ser gaviota, magenta bohemia, piel de gallina, sardinas y ensalada.
domingo, 10 de julio de 2011
Autorretrete.
Soy una cosa que, en cuanto es en sí, se esfuerza por perseverar en su ser. Soy por mí misma y por lo que me concibo. Y el esfuerzo con el que trato de perseverar en mi ser no es sino la esencia actual de mí misma, de mi cosa misma, de mi res misma. Soy el esfuerzo que supone no morir, y este esfuerzo es infinito. Quiero no morirme nunca. Como a otros les duele una mano o un pie o el corazón o la cabeza, a mí me duele la muerte.
También soy la conciencia de mi existencia que continuamente deviene. Y devengo continuamente como un compuesto químico donde los reactivos destruyen el cuerpo mismo que se trata de examinar. Soy producto de mi propia descomposición.
Soy el conjunto de todo esto y la sucesión espacio temporal de todos mis hechos. Soy la misma persona que hace años porque mi memoria es la base de mi personalidad. Soy el esfuerzo de mi recuerdo por perseverar.
Soy hambre de ser, apetito de divinidad.
jueves, 23 de junio de 2011
Textura de setas.
No me gustan ni las distinciones sin separar ni las dicotomías rígidas. Siempre me han producido jaqueca. Prefiero las polaridades creativas. Y me encantan las polaridades creativas porque creo en la belleza. Soy superficial al principio y transcendental al final, porque todo en esta vida es progresivo. Progresar es pensar que existe un futuro y que éste cuenta con nosotros. Progresar es maravillarse por un cuerpo bello, luego considerar que la belleza del alma es más valiosa que la de los cuerpos y por último maravillarse ante la belleza de las acciones y las leyes. Descubrir en el carácter científico de la vida a la superioridad, a la belleza y a Dios (por ponerle algún nombre). Eso es progresar. El problema viene cuando intentamos denominar a las cosas.
Un nombre es ese conjunto de grafías que te hacen tener un lugar en el mundo, pero que no participa para nada en lo que supondrás para tu vida. Es una etiqueta y dos estirpes, un estorbo para unos y una bendición para otros. Pero lo que ocurre en verdad es que no tenemos nombre. O al menos no el mismo nombre que los demás. Volvemos a hacer lo mismo, volvemos a encerrar todo nuestro fenómeno en unas cuantas letras y esperamos que así el mundo sepa quiénes somos, como cuando hablamos. Volvemos a presuponer que utilizando las mismas palabras llegaremos a la comprensión, cuando lo único que hacemos es devenir más infinitos. Y, por consiguiente, menos alcanzables. Ya no hay quien nos pille. Cada vez que alguien escribe en prosa se aleja mucho más de los demás y se acerca mucho más a un lugar donde sólo se encontrará con él mismo. Hay que tirar de figuras retóricas para que las sensaciones, lo único que parece común y universal a estas alturas, converjan. Porque el sentimiento es lo único que nos hace entendernos, por desgracia. Nunca llegaremos a una razón común porque el universo de las sensaciones es tan adictivo que nadie quiere desprenderse de él para impregnarse de la presencia de otros en su vida. Nadie apuesta por abandonar las apetencias y llegar a los valores absolutos. Al fin y al cabo somos seres egoístas que nos quejamos por la tensión que genera una cuerda llamada incomprensión pero que nadie quiere cortarla. Y a este nivel de abstracción no serían necesarias ni unidades de fuerza (o sí, depende de si nos ponemos más o menos materialistas).
Estoy vencida por la inmensidad pero sin nostalgia. Un poco enfadada, eso sí. En épocas de expansión económica el índice de “felicidad” de los individuos descendió espeluznantemente. Con la crisis ha vuelto a aumentar, así que la única explicación que le encuentro a todo esto es que, cuando todos parecen enriquecerse más que nosotros somos desdichados, pero cuando una crisis nos hace a todos miserables nos aporta felicidad. Somos egoístas a no poder más, el ombligo de nuestro mundo, pero dependemos totalmente de los demás como sistema de referencia. Nos preocupamos de nuestra existencia y obviamos en ocasiones la de los demás, pero las categorías contrarias (el yo y la otredad) y la unión de sensaciones son los pilares de la naturaleza humana. Por eso creo en la belleza como máximo aspiracional, como eje gravitatorio que atrae todos los sucedáneos. Creo en la belleza como el esplendor de la verdad, los extremos, esa verdad que siempre iremos manchando y camuflando a base de realidades relativas porque no la queremos entre nosotros. Todo está muy unido y muy separado a la vez, y ya nos va bien así. Los valores absolutos son palabras mayores, así que preferimos ponerles una etiqueta llamada Dios y calmar las malas conciencias.
domingo, 5 de junio de 2011
sábado, 4 de junio de 2011
Agua mineral.
Intento cubrir mis ojos con una sustancia espesa pero translúcida antes de irme a dormir. Estoy harta de ver sin tener muy claro qué, así que me voy a hacer dueña de mis ojos. O de mi mente. No tengo muy claro cuál de los dos ve. O cuál de los dos ve mejor.
Voy a empezar controlando qué soy capaz de imaginar y de pensar. Voy a comprobar si soy mi dueña y me pertenezco.
Como ejercicio de calentamiento, pretendo visualizar mentalmente dos aceitunas heladas sobre un pan de arándanos y gelatina de color de sangre, cuatro trozos de pollo apenado y limón a pedazos diminutos. Algo muy orgánico que me permita no sobreinterpretar demasiado. Pero tiene que ser barroco, las cosas simples no existen.
De repente, como prueba irrefutable de esta afirmación, la dicotomía vuelve a mi cerebro y me hace ver en cuestión de décimas de segundo la imagen del imperio gobernado por idiotas en el que vivo. Esta bifurcación me acaba de hacer extrapolarlo todo, pero me parece totalmente armónico respecto al menú mental que mi razón acaba de devorar. Lo que veo ahora, con el estómago intelectual saciado, es despotismo ilustrado y cuerpos frenéticos perfumados con la colonia de los refugiados. Coreografías sin desayunar en un continuo batallón de retiradas cobardes e ignorantes, edificios de fundamentalistas y patios de fumigación de valores auténticos.
No tengo solución. No puedo aspirar a ser lo que premiaría. No me nace ser sencilla. Ni tampoco controlar esta intertextualidad congénita. No sé si como castigo o como premio, ahora mismo se me ocurre leer un buen libro y no hacer el amor. Y mira que querría. Querría hacerlo todos los días, clandestinamente, como desarmándome. Encontrando en el interior un asteroide de origen desconocido, empapado de anís del mono. Dos higos secos, un hígado y un poema escrito en arameo egipcio del interior.
Reflexión onírica, otro oxímoron para la colección.
sábado, 28 de mayo de 2011
Matriz descolgada.
Un día me levanté con el hondo deseo de tener un hijo. Pero un hijo mío. Que cada una de sus pestañas me perteneciesen. Que fuesen de mi propiedad su humor vítreo, sus pliegues en la mano, sus pasos torpes, sus yemas de los dedos y su voz por la mañana. No quería un hijo de nadie, quería un hijo mío, una prolongación de mí en el mundo. Una transformación de mi materia en otro ser vivo, un yo cuando me muera. Y es que no quiero morirme. El día que me llegue la muerte no sé qué haré con ella. Quería un hijo pero no quería ser su madre. No querría ser su madre. No quiero ser madre. Quiero vivir tanto y tan intensamente para mí que tendría un hijo tan sólo para observar por curiosidad cómo es en potencia lo que algún día será igual que yo en acto. Pero quiero que me rebase, que supere lo que yo no seré capaz de crear en mí por el simple hecho de que no se me ocurrirá nunca. Antes del acto está el pensamiento, luego si no llego a plantearme nunca una culminación determinada es improbable o despropositado que acabe allí.
Sólo existía mi ímpetu por vivir, por eso deseaba un pedacito de yo que se quedase en el mundo, por si no me daba tiempo a saberlo todo. Me encargaría de darle unas bases a las que llegaría de manera natural, pero acelerando el proceso le daría tiempo a aprender más. Y arrancaría de cuajo y le entregaría este desasosiego que ha echado raíces en lo más profundo de mi razón. Esta sensación de alto voltaje que me inyecta los valores del tiempo y la caducidad, lo etéreo y volátil. Le transmitiría la misma paranoia para que este modo de vida entre el desconsuelo y la belleza perenne se expandiese hasta el infinito. Si lo inmortal existe en mí quiere decir que también existe en el universo, y éste es inagotable. No sé qué hacer para ser eterna.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Lóbulo de la oreja.
Un dolor orgánico se inicia en el occipital y se extiende desconsoladamente por la columna vertebral y las extremidades. Manifiesta su recorrido con calambres de alto voltaje vértebra a vértebra, hueso a hueso, cartílago a cartílago, retorciéndome la materia. Un dolor febril y húmedo hace encoger lo poco que me queda de musculatura tras un largo letargo que ha atrofiado todo mi cuerpo. Esta hipertermia desgarradora llega hasta las palmas de mis manos, y el alma (si al final existe eso) se encarga de expulsarlo al exterior a propulsión. Las manos se convierten en ríos de incomodidad, de frío y calor, de humedad y lamidos de una lengua de gato. La esfera deviene áspera. Las ganas de vomitar aumentan, y con ellas el nudo en la garganta. Estoy sola, y lo voy a estar mucho más tiempo. Y ni yo ni mi entorno lo hemos decidido. Estoy aquí, con los brazos abiertos y noto el viento como me empuja hacia atrás, sosteniéndome. Todo se esfumará, se irá, caducaré para los demás y cada noche volveré a mí misma para repetirme que soy la persona más importante de mi vida. El ombligo de mi mundo. Me quedaré aquí. Me quedo aquí con las manos chorreando y el cerebro derretido. Sola.
martes, 17 de mayo de 2011
Sobre las utopías.
La planta de los pies abrasada tras el incendio de deambular durante horas sin encontrar dónde descansar. Tropezando con tan sólo trocitos míos, tan ínfimos que son imposibles de encajar con otras piezas. Canciones de The Innocence Mission que quieren empujarme hasta la mesa de un bar, que pida una copa de vino caliente con canela y que lea Rimas y Leyendas al sol de las cuatro de la tarde. Esta es otra de aquellas cosas que te imaginas pero que no van a ocurrir. Como el amor. Nunca, si me lo propongo.
De golpe mi vida ha entrado en una etapa romántica. Romántica tardía, de corazón encogido y desasosiego, de exaltaciones fugaces que se te escapan de las manos tan rápido como te das cuenta de que tienes sentimientos. La percepción conspiracional de que el mundo me está aniquilando la voluntad y la reacción de arremeter contra el tiempo van mano a mano en mi subconsciente. Y todo es culpa de los demás, que me anulan.
Esta represión me hará vivir limpia y aburrida de día pero morir viciosa cada noche. No me dejará besar el suelo miles de veces, hará que las malas experiencias me traspasen antes de que me duelan, me hará ignorar antes que sufrir del dolor. Me dará un bozal en vez de una cadena, un perro en vez de un un gato, cien días claros antes que una noche oscura.
No soy una mujer con temple, nunca lo he sido. Y lo he querido muchas veces. Lo he deseado en tantas situaciones como segundos vividos acumulo en mi memoria. Lo he anhelado en tantas ocasiones que he acabado creyendo que de verdad es algo propio, pero en estados así me doy cuenta de que me vencen los inexplicables.
Me estoy encontrando a pedazos y quiero seguir levantándome cada mañana para pensar en mí antes que para pensar en los demás. Quiero luchar a brazo partido con mi diluvio de emociones, y que mis defectos se conviertan, algún día, en gracia. Y si me dejo la suela de los pies en ello, ya andaré con las manos.
domingo, 8 de mayo de 2011
Champagne supernova.
La carcoma me está devorando el atelier que siempre quise tener. Miles de insectos pululan por las telas sembradas de polvo y los líquenes estampan la mesa de trabajo, las herramientas de trabajo, las horas de trabajo y la silla de descanso. Me pongo una diadema trenzada de color pálido para apartarme el pelo de la frente, hago un amago de morderme las uñas y leo un poco de Wittgenstein. Hay que arrimar el hombro, unir fuerzas y hacer de tripas corazón. A partir de estos tres pivotes inicio tres direcciones de idénticos límites de velocidad y final. Pero para esto necesito público. Sin público no somos nadie. Sin público o sin iguales, o sin compañía, o sin los demás en general, ahora mismo no lo sé muy bien, ese día me salté la lección. Me excusaré diciendo que padecía de otros males menos importantes pero más absorbentes. Continuando, sólo se aprecian los valores en consonancia con otros (hoy me he levantado sentenciosa). Sólo sé que existo yo porque sé de la existencia de otros. No existe la consciencia de algo si no es a partir de la comparación. Los tiempos buenos siempre lo son en comparación con los malos, la belleza por la fealdad, el dulce por el salado, el yo por el tú. Y me acabo convirtiendo en muchos trocitos de los demás, en muchos mecanismos de comparación que se dan a la vez y que hacen que exista en relación con el mundo. También acabo siendo pedacitos que nunca constituyen la unidad porque nunca se darán todos los estímulos a confrontar a la vez. Pero la existencia no es sólo consciencia de ésta, digo yo. Espero yo. Ahora me tendría que poner orgánica, pero como cuando ando demasiado me pierdo lo voy a dejar aquí. Esto es como empezar a bajar la Rambla de Barcelona y acabar en Plaça Sant Agustí sudando y pisando meados.
viernes, 6 de mayo de 2011
Semillas de níspero.
Tengo la vertiginosa sensación de entrañar la capacidad de acontecer. La impracticable pero palpitante manifestación de que todo gira de manera natural sobre un sujeto en particular. El pulso no me tiembla y mi vida parece haber empezado una etapa constructivista: las imágenes se encadenan de distintos modos, pero siempre de manera progresiva y comunicándose entre ellas, corroborando que el efecto Kuleshov existe y que es así como debo vestir mi existencia. Me pongo un poco perspectivista (lo justo para no acabar vomitándome del rechazo) y presupongo que el traje no me irá grande. Aunque ahora no esté a la altura de las circunstancias y aunque me sienta fea. Las sensaciones serán sobreimpresiones y desniveles de colores, desde el blanco neutro hasta el festín de tonos afeminados que empachan a cualquier ser humano que no se encuentre en un momento decoroso de su vida.
Auguro que lo que soy en potencia rebasa lo que soy en acto.
Entraño simetría y geometría, una patada a la puerta, un esbozo de posguerra y muchas ganas de ir por la calle y que los hombres me miren.
jueves, 5 de mayo de 2011
Pie de página de una moleskine.
Te miro con la boca y te veo el alma.
Suena medio decadente, pero es así.
Eres bonito con mi boca de ojo.
Te veo realmente bien.
Suena medio decadente, pero es así.
Eres bonito con mi boca de ojo.
Te veo realmente bien.
domingo, 1 de mayo de 2011
Verbo.
Vivir es otro de aquellos conceptos imaginarios que se nos manifiestan a menudo, periódicamente. Cuando te planteas qué quieres, o qué eres, o qué están haciendo contigo… o cuando estás sentado en un banco y los golpes de aire te traen los perfumes de la gente, o bebes un poco de leche con azúcar avainillado, o te das cuenta de que un día de estos te levantas y estás muerto. Gimes la tan pesada carga de una vida de sufrimiento y dolor contrastada con felicidad y placer, asumes sin temor que no hay algo después de la muerte y te propones adentrarte en los mundos ignotos de la filosofía del lenguaje. Es entonces cuando el desconocimiento aniquila tu voluntad, te obliga a soportar todos los males que te afligen y decides resignarte y arrojarte a un camino cuyo sendero no sabes dónde te va a llevar. Inercia es la palabra que más se acerca a esta sensación. La vida está… en otra parte. Lejos del esto y del aquí.
La boca me sabe a Lluvia, de Federico García Lorca.
sábado, 23 de abril de 2011
Sobre la fecundidad y lo ilógico.
Me ha calentado el sol ya tantos años...
Que pienso que mi entraña está madura.
Y tendrá que bajar, claro,
para arrancarme con sus manos inmensas y desnudas,
brillando silenciosamente.
Astro frutal sobre mi noche pura,
una nube vendrá y amanecerá brevemente.
Mi luz será para los vivos
y entonces;
lluvia.
Zumo dulce de él
irá cayendo la sabia de mi ser, como música.
Y entonces caeré muriendo y entregada.
Pero sangre, mortal, mi roja entraña
de nuevo quemará la luz futura.
miércoles, 20 de abril de 2011
Té con leche y canela.
Tras enrollarme en mi propia telaraña por acción del viento, la honda sensación de que alguien me ha señalado con el dedo índice hace que todos los capilares de mi cuerpo comiencen a desintegrarse, poco a poco, uno a uno, doliéndome. Me disgusto dos décimas de segundo y a la tercera repaso todos mis ideales, pero esta vez sin sentimentalismo, sin victimismo, si toca revisar valores, toca. Y aunque odie que se me desmonten las convenciones que me había establecido, a estas alturas ya es lo de menos. El tiempo parece expandirse como cuando esperas una visita, como cuando se te pasa por la cabeza que te han dejado plantado pero que podrías esperar indefinidamente con un “por si acaso”. Pero en verdad no viajas a la velocidad de la luz, no hay dilatación temporal, no es suficiente hacer lo que uno puede, tampoco es suficiente un instinto, no puedes perdonar a alguien si no te presupones y atribuyes el privilegio de hacerlo. Las debilidades lo único que van a hacerme es daño. Y justamente hoy acabo el día del mismo modo que lo empecé: débil.
domingo, 17 de abril de 2011
sábado, 16 de abril de 2011
Acariciar el filo de la mesa con el dedo índice.
Un nudo en la garganta es una escena de suspense en una película, el sí y el no, lo desvelado y lo soñado, la apetencia y la pasividad, una canción de Elliott Smith y una cama sin sábanas. Te pones de puntillas en un acantilado y abres tanto los brazos que abrazas todo el aire del paisaje, y entonces pierdes el equilibrio, pero no te caes. Coges el coche y haces movimientos bruscos con el volante que no te permitirían reaccionar a tiempo si algo horrible fuese a ocurrir, pero no ocurre nada. Se te acelera el corazón al borde del ataque, pero la taquicardia no llega. Esperas las palabras que te entumezcan la cabeza, pero eres sordo de nacimiento.
No ser capaz de presuponer cómo se materializa un pensamiento es un nudo en la garganta, es un vivir para mí pero callar a gritos vivir para ti, es construir una base tan abstracta que sólo puedes defender a base de intuiciones, es ser un verbo copulativo en una oración predicativa.
Hoy soy eso, un nódulo entre la felicidad y la infelicidad. Espero que la virtud sea de verdad el punto medio, porque no quiero una existencia gris.
miércoles, 13 de abril de 2011
Cristales empañados.
Con la piel traslúcida y pasitos de vapor espero el autobús, llegar a casa, cantar Tiger Mountain Peasant Song mientras me lavo las manos con jabón de avena y orquídea y cenar sopa de sobre con cuchara pequeña para prolongar el ritual de comer en compañía. Me siento en el banquillo de la parada y tonteo con la brisa que se restriega por el empeine y los tobillos. Ojalá fuese un gato. Nadie me mira. Un escalofrío me sube de lumbares a nuca y me encojo, dándome cuenta de que la primavera no es tan cálida como parece cuando el día se filtra con colores pastel. Tendría que haber cogido una rebeca de punto. Hago un par o tres o cuatro planos generales de la Rambla y alguno que otro de detalle y me enfado conmigo misma por no comprar unos auriculares buenos y tener que escuchar siempre por un solo oído. No escuchar en estéreo es como vivir en dos dimensiones. Entonces, por primera vez, miro el horario. He perdido todos los autobuses que me llevan a acabar el día allí donde lo empecé. Toca hacer de tripas corazón, esperar quince minutos más, abrazarte a la carpeta como si fuese materia orgánica viva capaz de transmitirte calor y desear que nadie con ganas de conversar se te siente al lado. Cuando vuelvo de Barcelona siento la piel como una tarde pegajosa de verano, pero en versión fría. Como una trampa pringosa a la que se adhiere la polución del mundo entero.
martes, 12 de abril de 2011
lunes, 11 de abril de 2011
Calles estrechas y zapatos con cordones.
Miro el mundo con perspectiva (que no perspectivismo) y no sé qué va a hacer conmigo, pero confío en que todos mis defectos se conviertan algún día en gracia. Y lo digo con esa sonrisa que nunca he sido capaz de gesticular más que en mis emociones y cogiendo tanto aire que mi caja torácica se expande hasta dejar cabida para otra vida entera igual de poética. El futuro es el sexo de los ángeles, el olor a nube, y me alegra y me enerva todo a la vez. Noto que el traje me va grande, pero que tengo ganas de llenarlo. Pienso atiborrarme a experiencias hasta explotar y desvanecerme en un movimiento de propagación hacia todas las direcciones el día esto se acabe. Me apetece no sentirme nunca vieja ni sentir que la vida me ha vencido, no quiero resignarme y aceptar que todo lo que soy capaz de pensar e imaginar ahora un día se esfume. No me da la gana concentrar todo lo que puedo ser en unos pocos años de mi vida y que el resto sean espuma. Quiero información y retórica, amor puro y vivir en una canción de Au Revoir Simone.
domingo, 10 de abril de 2011
Olor a quitaesmaltes.
Construí los domingos a medida y me reservé la sensación de estar desaprovechando mi vida para este día tan señalado. Supongo que a falta de buenas dosis de autodestrucción me hago una oferta innegable: 24 horas de transición, una vez por semana. Mujer de costumbres. Si poco me gustan las mudanzas, ahora ofrezco un día entero en el que, como en todo cambio de un estado a otro, no se puede hacer nada. Las metamorfosis son esas etapas temporales en las que no puedes hacer nada provechoso, son el puente entre lo que viene y lo que ya ha ocurrido y no puedes reanudar. Es esa sensación de que el tiempo se te echa encima y no puedes hacer nada al respecto, sólo resignarte y asumir que tú no eres el dueño de tu vida, que hay algo superior a tu entendimiento o superior a tus ganas de reflexionar sobre ello. Te lavas la cara, te comes de manera accidental pero consentida el dentífrico de fresa con el que te limpias los dientes, sonríes y esperas que eso de ser buena persona no sólo sea una sensación tuya y que el mundo te trate bien. No me inventé mis domingos para que éstos fuesen de sol, helado de nata con nueces y paseos por el barrio gótico, no. Podría haberlo hecho así y me ahorraría agujeros negros en la conciencia, pero no. No, y quien me diga que son de café con licor de whisky y conversaciones metafísicas me miente. Fueron hechos para pudrirme por dentro, para que el desconsuelo devorase mi faceta más sentimental y victimista y me dejase tirada, en posición fetal, recogiéndome a mí misma y consintiendo las malas creencias. Días edificados para que me diese esa sensación de rechazo de mi propio cuerpo, como cuando tienes los pies helados y aún así sudan, como cuando te vomitarías a ti mismo y te quedarías con la mente en standby para poder dormir. Hace tiempo concebí los domingos como el día oficial de “la sensación de que el mundo me abre las piernas y no el cielo”. Y me sirve para adivinar y recordar que tengo sangre en las venas y que no sé qué son las ideas. Que no sé si quiero gustar o si se me quitan las ganas cuando dependo tanto de los demás. Que soy trocitos de cosas ya existentes reorganizados en un metro y medio, y la impresión de que no existe la originalidad me invade la materia gris y me espesa el humor vítreo. Tanto que sufro de cataratas domingueras. Dios hizo el mundo en seis días, y al séptimo descansó.
viernes, 8 de abril de 2011
Tarjeta de presentación.
Ofrezco recuerdos teñidos de polvo y resacas mal curadas para empezar. Me presento con escarcha mañanera, té negro con leche, olor a jengibre y un pijama de felpa, color rosa dramático. No suelo poner la otra mejilla, pero soy una idealista empedernida.
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